Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

jueves, 22 de enero de 2009

DAME DUEGO

Hoy volvió a ocurrir lo que hace años viene pasando. No podría culparte en modo alguno. Nadie te preguntó si querías ser nuestro ídolo. Nadie podía predecir que las cosas sucediesen con tan buena estrella para vos, un trovador sin escuela. Otros, con mayor talento, vaya a saber por qué, nunca alcanzaron tal reconocimiento. Algunos lo alcanzaron hasta que dejaron de alcanzarlo y ya nadie se acuerda de ellos. No fue tu caso. Empezaste siendo un muchacho desconocido, de clase media baja y sin contactos de importancia. Me consta también que no hiciste grandes concesiones a tus ideales. Lo se, porque de jovencita te conozco. Una amiga mía era colaboradora de producción. Y yo una colada que la visitaba en los estudios en dónde se grababan las canciones. Iba con el simple afán de perder el tiempo, a falta de dinero o novio que me permitiese un entretenimiento mejor, porque a ni siquiera me gustaban las canciones románticas y fogosas que vos cantabas y me jactaba de eso. Yo escuchaba progresiva. Pero una vez, me hablaste. Estaban grabando “Dame fuego”. No se que me dijiste; pero entonces me abismé en un destello de sus ojos o en algo que desde siempre sonó en mí. Fue no más que una milésima de segundo y fue una señal, la eternidad, lo inevitable. Bajé la vista y reparé en otro detalle infinitamente ridículo: el espacio entre tus dedos. Era raro, como una pieza de arte. Eso fue todo, la nada misma. Pasaron como veinte años. No hubo más señales para mí, ni tu voz de cortesía, ni las uñas de tus pies. La colaboradora se perdió en el espacio y el tiempo, como suele ocurrir con los amigos de la juventud. Yo, cada tanto, vuelvo a buscar un milagro que no ocurre, que no se si quiero que ocurra. No se que milagro, milagro bizarro. Tus canciones siguen sin gustarme, me da vergüenza confesar que voy a verte. Mis amigos cultos se ríen de mí. Hoy llegué temprano con la ilusión de tener más oportunidad esta vez. Todo lo contrario: quedé arrinconada en un ángulo de la previa. Vos, alto como Apolo, bello, infinitamente bello, hiciste un recorrido visual por la sala. Cruel y fatal emanó de su rostro aquel gesto que ella atesora como la suma de todas la virilidades: los ojos algo entrecerrados, cierta desidia. Mi respiración se contuvo. Una turbina sonaba en mi nuca, mis puños se hicieron tensos. Vos me habías mirado. Pero no. Habías mirado hacia el sector en donde yo estaba y con toda educación habías dicho “Buenas Noches” ladeando levemente la cabeza. Comenzó a ocurrir la gente dentro del estudio. Iban a grabar en vivo otra versión de “Por ese palpitar”. Yo, otra vez, perdí mi lugar de privilegio a manos de otras admiradoras más privilegiadas o más aguerridas. Me fui. Me senté en un barcito agradable de la avenida, pedí un café, saqué mi cuaderno. Te vi venir hacia mi mesa. Supe que todo lo había soñado. Veinte años de sueño. O que la realidad es un sueño, que los sueños son otras realidades, que la realidad me traspasaba esta vez. O que en otro plano existe otra, existe otro, que no somos nosotros. Otra historia, que no es la nuestra, aquí y ahora. -Hace rato que te andaba buscando. Sabía que por acá tenías que estar.-dijiste -Sentate, te estoy escribiendo- La mesa del barcito guarda para siempre cierto secreto. Yo no puedo recordarlo. Es algo de una mujer con un cuaderno hasta la madrugada. Y un hombre alto como Apolo, bello, infinitamente bello, que reúne en un gesto toda las virilidades del universo. qUEDA HECHO EL DEPÓSITO LEGAL

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aquí estoy para leerte, ya había entrado pero sin comentar algo... con tiempo iré leyendo y escribiendo... te mando un beso,
walter

Ana Kem dijo...

Gracias por tu compañia, amigo.
Me encantaría tener todas tus opiniones que se te ocurran(para mí son muy valiosas).
Te espero cuando puedas con otro matecito de Yerbas
Besito
Di

Azu* dijo...

cuándo te encuentro en la FLI(A)???
Besos grosssssaaaaa!!!!!!!!