Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

lunes, 29 de septiembre de 2008

Mr.Pancho Perez

Pancho Pérez llegó a casa un día de lluvia torrencial. Yo estaba desayunando chocolatada con vainillas, cosa que hago los viernes, festejando la llegada del fin de semana. Ese día no había puesto el noticiero, sino el canal de videoclips que, en ese momento pasaba mi video favorito de Las Rikitas. Se me hacía un poco tarde para la oficina y con esta vez ya iban mil. Mi jefe, el Señor Chinche, había sido muy claro la última vez: No me perdonaría ni una más. Así que apuré el nudo de mi corbata, dispuesto a salir a la carrera. En eso sonó el teléfono. Me sobresalté tanto que, con el cado volqué el vaso con el último tramo de chocolatada sobre mi pantalón gris clarito. No voy a andar repitiendo aquí las cosas que dije, porque se que ya se las imaginan. Entre maldiciones levanté el tubo. Era mi tía Petrona. -¿Escuchaste las noticias, Enrique?- Creo que no les dije, me llamo Enrique. -Sí, tía- le dije- escuché que son 8.33hs., que llueve torrencialmente, que me acabo de manchar el pantalón recién cambiado, que llego tarde a la oficina y que Chinche estará limando la punta de su zapato para la patada que va a darme…- -AHHHHHHHHHHHHHHHH ¡!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ENTONCES NO ESCUCHASTE NADA!!!!!!!!!!- siguió Petrona, como si nada En ese instante empezó el batifondo. Con el teléfono en la mano, me asomé a la ventana y vi a los patrulleros que avanzaban enloquecidos copando la cuadra. Vi al comisario Ordóñez junto al jefe de bomberos que se apersonaban en mi puerta. -¡Prendé la tele, Enriquito, prendé la tele!- gritaba mi tía al otro lado de la línea. Sosteniendo el teléfono alcancé a tomar el control remoto y poner el canal de las noticias en el momento en que el timbrazo del comisario sacudía mi puerta. Miré la pantalla, miré para afuera, volví a mirar la pantalla… ¡No podía creerlo…! Las cámaras tomaban la puerta de mi casa justo en el momento en que el obeso agente de la ley atimbraba con enjundia mi casa. En la vereda de enfrente, Camila Guzmán, la movilera de “Siempre Noticias” transmitía en vivo, al tiempo que camiones de otros medios iban llegando a toda velocidad. El tránsito estaba cortado. Montones de curiosos iban apostándose en los alrededores con cara de asombro. Algunos fotógrafos disparaban flashes hacia mi puerta y hacia arriba, hacia el techo de mi casa. -¿Lo viste, lo viste?- gritaba en mi oreja Petrona. Yo estaba alelado. El comisario arremetió por tercera vez al timbre. Esta vez, además, golpeó con el puño de canto al tiempo que profería: -¡Entréguenos a Pérez, ciudadano!- Yo, que no entendía ni jota entreabrí apenas la puerta. Con su papada roja temblequante, el comisario Ordóñez se parecía a mi jefe. De súbito, volví a recordarlo: ¡llegaba tarde a la oficina! -Sabemos que Pancho Pérez está en su casa, no lo oculte!- me espetó Ordóñez. -No lo oculte- repitió el jefe de bomberos. -Pancho Pérez, Pancho Pérez…- Yo conozco un Pérez – dije- Pero no Pancho, sino Pocho- agregué- el panadero. Es cierto que cobra caro, pero tampoco es para tanto- le dije. Se miraron entre ellos. Dudadon. - Después habrá que ir a buscarlo a ese Pocho Pérez- dijo el comisario. - Habrá que ir a buscarlo- repitió el bombero mientras tomaba nota. - Dígame lo que sucede, oficial – dije yo con ese tonito cordobés que me sale cuando me pongo nervioso. - Muy simple- dijo el comisario. - Muy simple –repitió el bombero. - Estamos tras cierto caco- - Sí señor, un macaco- erro el bombero Un mono –dije yo- ¿todo ésto por un mono? Pregunté indignado. -No es un mono, no señor- -No es un mono- repitió el bombero. -Es un enano- -Un enano de jardín. Y no está sólo- acertó esta vez el bombero. Desplomado en el sillón yo trataba de entender un poco lo que estaba pasando. Había llamado a la oficina para explicar mi demora. Creo que Chinche no me creyó porque me habló de su propia tardanza al haber sido capturado por un OVNI que pasó por su calle. Yo me aprestaba a escucharlo atentamente porque el tema OVNI siempre me interesó, pero, de súbito, Chinche cortó violentamente. Ahí pensé que tal vez no me hubiese creído. En tanto, el gnomo Pérez seguía sobre mi techo. Según se comentaba, el susodicho estaba encabezando un motín de figuras de jardín que se habían cansado de tanta exposición pública, del sol, la lluvia y el viento. De tener que estar tan tiesos, siempre sonrientes, muchos de ellos con los trajes despintados que dejaban al descubierto sus duros traseros. De la meada de los gatos y el riego de las viejas. De los ladridos de los perros bobos y el insolente regalito de los pájaros. Eso sin hablar de los niños! Mi casa era un pasillo por donde la gente iba y venía. Habían llegado los de Rescate Botánico, la Asociación de Ceramistas, El grupo Geof , Don Sarrazani con toda su troupe de circo, Jacques Cousteau y los enfermeros del loquero de la vuelta. También andaba por ahí Camila Guzmán, la reportera. ¡Ah! Y mi tía Petrona que se había venido y ahora repartía ejemplares autografiados de su libro de cocina. También estaba Camila y, no se si lo dije antes, je,je,je a mí me gustaba mucho Camila. Así que aproveché todo el embrollo para escabullirme al baño perfumarme y hacerme el jopo con gel. Ya que estaba volví a afeitarme, me puse un moño y unas gafas de sol. Agregué a mi atuendo un tatuaje de esos que vienen con el chicle globo y aproveché para comerme el chicle. Al salir del baño de pasada tomé una guitarra y un ejemplar de Harry Potter (a las chicas siempre les gustan los hombres lectores y románticos) –Pero también los deportistas- cambié mis mocasines por patas de rana y tomé la red de pescador. Camila me miró algo extrañada- creo- pero de inmediato se repuso y me apuntó con el micrófono. -Está usted ocultando a Pancho Pérez?- Preguntó abriendo muy grande sus bellos ojos verdes. -Perezco en la hoguera fría de un amor sin esperanzas-Le respondí Mi frase matadora debe haberla impactado profundamente porque ella, una chica tan desenvuelta, me miró entornando sus bellos ojos y frunció la naricita dejando al descubierto esos dientes blancos y parejitos como una como una hilera de colegiales. Así estuvo un largo segundo en que quedamos congelados mientras a nuestro alrededor iban y venían enfermeros, doctores y plomeros. Leones, elefantes y jirafas. Coliches, comanches y caniches. El Llanero Solitario discutía con Da Vinci Y Napoleón se besaba con Barbie ejecutiva. Así nos quedamos congelados, o mejor dicho, me quedé, porque cuando reaccioné, ella ya no estaba. Apurada, apurada, anda mi pobre amada- rimé. Haciendo equilibrio sobre las tejas con sus zapatos de taco finito Camila Guzmán me miraba aterrorizada. Parece que no aguantó más la intriga y burlando la vigilancia policial, mi chica se trepó por el desague para hablar en directo con Pancho Pérez y tener la primicia. Ella no contó con que los restantes enanos se le avalanzaran y la capturaran por los tobillos y los pies, haciéndose así de una rehén más que valiosa. Yo no estaba muy convencido de que me correspondiera rescatarla ya que abajo estaba lleno de comisarios y superhéroes que bien podrían traerla sana y salva. Creo que fue el destino el que quiso que fuese yo quien acudiera en su rescate. El destino y mi tía Petrona. Estábamos siguiendo segundo a segundo la toma por TV. En eso se corta abruptamente la transmisión. -Enriquito, la antena – dijo mi tía. Y allá fue Herniquito a ver la antena. Cuando aparecí por la chimenea a sus espaldas, Pancho Pérez se sobresaltó. Bajo la lluvia nos medimos un largo rato sosteniendo la vista. Parecía un buen gnomo. -Señor Pérez, que suerte encontrarlo- comencé- abajo estábamos preocupados por usted y por sus compañeros. Y por la Señorita Camila, por supuesto. En eso el enano saca un chumbo de debajo de la pollerita y, con voz aguardentosa me dice: Esta nena se viene con papá- Acto seguido se me acerca con el revolver apuntando hacia mis rodillas (yo creo que en realidad él hubiese querido apuntarme el cuello, pero no podía) y tanto se arrimó que pisó mis patas de rana. Esa fue la mía: con un movimiento de ballet deslicé mi pierna de suerte tal que el enano resbaló. Con otro movimiento lo cacé con el mariposero y lo atraje hacia mí hasta caer. Ahí nos trenzamos cuerpo a cuerpo y rodamos. Como el techo es a dos aguas las subidas se hacían realmente dificultosas, hay que decirlo. Cuando Pérez quedaba sobre mí me aplastaba que ni respirar podía, entonces aprovechaba para darme cabezazos con su gorro de cemento. En cambio, cuando yo quedaba encima de él ni cosquillas que le hacía y en cambio se me clavaba su narizota dura en la boca del estómago. Los demás duendes miraban y daban grititos a veces a Pancho, a veces a mí, porque, con todo el respeto de los duendes lectores, se sabe que éstos son algo lelos y cabezaduras. Lo que sigue se lo saben de memoria, porque siendo el protagonista del cuento no me quedaba otra que vencer a mi pequeño contrincante, que pataleaba y maldecía, hecho una furia. Ya doblegado con ayuda del comisario, y de los otros petisos veletas, que, cómo les dije, no sabían bien de qué lado estaban, corrí a rescatar a Camila. -Gracias por lo que hiciste- me miraba con los ojos húmedos. -¿Qué hice, Camila? Lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar. – dije adoptando tres cuartos de perfil como había visto en una película. -Es que…- dijo ella -Ya lo se, querida, ya lo se. Lo supe desde el primer momento en que te vi. ¡me amas locamente!- -No- arrancó Camila- Es que creo que no me entendés. Yo te re-agradezco lo que hiciste por mí, obvio. En serio, nada, yo con vos todo bien y, o sea, nada, loco, que yo a vos te re-quiero, loco, pero bueno, nada, o sea, que yo te re-agradezca no quiere decir que no tenga códigos, me entendés? Y con vos todo más que bien, obvio, pero con Pancho todo bien también y, bueno, nada, que a él también lo re-quiero y ahora, nada, me ofrecieron el papel de Blancanieves y Pancho va a ser el director y es como re-grosso y entonces yo, loco, dije: Y si me pintan los enanos? Y dije, sí loca, hacelo. Además, Pancho dice que vamos a ganar mucha PLATA…- PLATA, BANCO, Sr.CHINCHE, de golpe lo recordé: llegaba tarde al banco. Queda hecho el depósito que prevee la ley 11723 sobre derechos de autor

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