Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

lunes, 26 de mayo de 2008

Azul- Dedicado a Lourdes

Sube la música hasta inundarlo todo: los vidrios, las paredes azules de la casa azul con pisos azules. Abre el toldo azul del azul balcón y ve un pedazo de noche azul con sus estrellasazules y las ventanas azules de los edificios azules son millones de ojos anónimos que la observan desde su horizonte azul del octavo piso. Por el living corre ese gato azul liberando maullidos y ronroneos azules, entrecortados, bajo la luz azul de la lámpara azul. Mira sus manos azules de soledad, azules a sol y a sombra, y siente el azul de sus venas con su sangre que no es azul, pero palpita un alma azul, que ya corre en un hilo y ya se fuga, para desplomarse sobre la mancha roja. Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre drechos de autor

miércoles, 21 de mayo de 2008

Concierto para flauta, violín y guitarra

En la oficina nadie lo entiende. Los tipos principalmente qué hace ella conmigo siendo tan joven, siendo linda, inteligente; teniendo tantas otras oportunidades a su alrededor. Las mujeres, en cambio, no me entienden a mí y se que la condenan a ella: cómo teniendo la hermosa familia que tengo, el buen pasar económico, una esposa acorde (que me llama, me cuida, me mima, me cela) dos hijos ejemplares, qué hago con ella. No me lo dicen a mí, pero se que piensan que ella es una trepadora. Que sólo quiere sacar provecho de mi puesto de gerente, de su juventud, de los favores que me hace. Y ¡ vaya favores! Creo que no debe haber ejecutivo que no fantasee con un alivio rápido, en mitad del día, en mitad de la oficina y después rendido y feliz, ver cómo ella se va moviendo ese trasero divino que tiene bajo la pollerita ajustada. ¡ah! Y todo sin pagar un mango ¿eh? Porque pagando, cualquiera. Si no fuese porque soy un caballero…Qué ganas de contárselo a López Marquina que siempre alardea con el barquito, con su nueva nave…La cara que pondría. Pagaría por verlo. Porque cuando te hiciste de abajo como yo, te rompiste el lomo veinticinco años, te bancaste todas…sacrificaste tu sueño de ser deportista, los amigos de toda la vida y la fiestita del jardín de tu hijo para hacer carrera, resulta que un buen día tenés cuarenta y tantos y no valés un cobre. Y estás sólo porque los amigos de verdad ya no están y sí están los colegas, los competidores, los pseudos amigos para refregarte que siempre fueron mejores que vos. Que tienen más plata que vos, mejor formación que vos, mejor acomodo que vos, mejor mina que vos, mejor suerte que vos… Por eso yo los escucho y me río para adentro. ¿Qué busca esta pendeja?…No lo se. O sí lo se. Lo que buscan todas: que me separe, que me case con ella. Y entonces ahí, se acabó lo que se daba. Chau ropita sexy y complacencia, hola los reclamos, la disconformidad, las cuentas… ¡Qué poco sabés de la vida, nena! Yo soy algo así como un padre para ella, que no tuvo padre. Trato de darle buenos mensajes, de explicarle que esto es pasajero, que ya va a llegar alguien para ella, para amarla, para formar una familia. Y yo voy a estar feliz por ella. El otro día me dio un susto. Pero no, no puede ser, porque al principio de todo me dijo que ella se cuidaba. Ah, yo no se nada. Ya tengo dos y tengo bastante. El jueves cuando salíamos del hotel me dijo que está enamorada de mí. ¡cómo si yo no tuviese problemas! A veces pienso que si alguna vez enviudara, no me enganchan más. Me traigo a mi vieja para que me cuide y me doy un gustito con una profesional, de vez en cuando. Cuándo, cuándo es lo que yo me pregunto, cuándo va a definir esta situación. Y todavía se hace el comprensivo, pero yo creo que no se comprende ni a sí mismo. Seré joven, pendeja, como él dice, pero tengo las cosas más claras que todos. Lo que digan en la oficina, no me va ni me viene…si hasta dijeron que me regaló un departamento ¡ojalá!... Igual yo nunca tuve ningún amigo ahí. Nos acercamos de puro sólos que nos sentíamos, yo me di cuenta despues. Al principio no lo tomé en serio. Si tantos tipos habían pasado, ni qué decir de éste. La verdad es que me fui dejando llevar por el jueguito y cuando me quise acordar estaba tomando un café en un bar bien escondido, bien lejos de las ventanas, bien nerviosa por si alguien nos veía. De ahí a salir con el gerente cuarentón y elegante hubo sólo un paso. Pero un paso hermoso, lleno de llamados secretos, miraditas furtivas, notitas en mi comp., una rosa de misteriosa procedencia. Yo nunca había vivido nada semejante. Los pibes de mi edad nunca me trataron así. Creo que estoy enganchada. No.No! soy demasiado inteligente para eso. Soy joven, independiente, tengo una gran carrera por delante. Este año rechacé la beca en Alemania, pero el año que viene la acepto y ¡vida nueva! Ya te vas a arrepentir. En realidad no se, porque hay días en que lo amo, días en que lo odio. Yo no se que hubiera pasado si lo del atraso hubiese sido cierto; él dice que me quiere, pero que no puede dejar a su familia. Yo le dije entonces me lo saco! Él casi lloraba y me pidió que no dijera esas cosas. ¿Qué hace la mujer a todo esto? Porque no me van a decir que no se da cuenta de nada. Creo que la rubia (teñida) vive cómoda y punto. Para qué plantearse nada cuando se tiene una linda casa, lindos hijos y marido solvente. Y todos pueden verlo: la familia, los amigos y vecinos. Las señoras paquetas del barrio y las maestras del colegio bilingüe de los nenes. El paseador del cocker y Luzmila, la sirvienta paraguaya. Y, ante todo, por supuesto, por sobre todo, Dios mismísimo. Yo nunca voy a ser como ella. ¿Cómo pueden existir pendejas tan regaladas como ella? ¿Es que no creen en Dios, en la familia, en nada? Dónde están los padres de esta chica que sale con mi marido? ¿No tiene una madre como tuve yo que le haga entender cómo son las cosas? Ya me hubiera dado mi vieja a la eded de ella salir con un hombre mayor y casado. Creo que eso fue lo que lo hizo casarse conmigo y no andar haciéndome perder el tiempo. Mi padre le puso los puntos y lo decidió. Porque él salía con otras estando de novio conmigo, yo me daba cuenta, no era tarada. Pero yo era una chica para ir en serio. Y terminó casándose conmigo. Una vez me llegó el chisme de que seguía viéndose con una. Pero eso duró hasta que quedé embarazada por primera vez. Creo que necesitaba madurar. Los hombres son así. Por eso a él lo entiendo, en parte. Es hombre, qué se le va a hacer. Cualquier loquita se le regala y él no va a pasar por marica. Al fin y al cabo, es hombre. Cuántas cosas sacrificamos las mujeres… a veces pienso cómo hubiese sido mi vida si no hubiese dejado la facultad cuando me casé. En esa época también trabajaba y a él no le gustaba que volviese tan tarde. Primero dejé el trabajo, después de todo era un sueldo bajo, yo no aportaba mucho a la economía familiar. Al tiempo dejé arquitectura en segundo año; primero pensé que sería sólo por un año, pero después por una cosa o por otra nunca más retomé. Para qué si no tenía necesidad de trabajar, me decía mi marido. Mejor, te quedás a cuidar los chicos. Yo quiero que vos y los chicos disfruten. Es lo único que a mí me importa. Y así fue pasando el tiempo. Ahora ya está. Aunque no se: desde el día en que por casualidad levanté el teléfono de la habitación y lo escuché hablando desde el estudio con su abogado y confidente del problema en que estaba metido, algo me está dando vueltas por la cabeza. Si lo del supuesto embarazo de la chica llegaba a ser cierto, yo le iba a pedir el divorcio. Él está muy confiado en que no lo voy a hacer nunca, pero desde que fui a ese taller de mujeres, se me dieron por pensar algunas cosas. ¿Qué pasaría si retomo la facultad, me busco un trabajo, hago un cambio en mi vida? Eso me lo dijeron mis compañeras del taller y yo lloraba tan desconsolada que la coordinadora vino a abrazarme y me dijo que tenía que ir a un psicólogo. Igual, no creo que lo haga. Un psicólogo necesita la amante de mi marido.¿ Qué tiene esa mujer en la cabeza? Pero ayer sí que la hice bárbaro. Él me había avisado que venía tarde, que no lo esperara a cenar. Ya ni me acuerdo qué pavada inventó.; yo, con mi mejor cara de pelotuda. A media tarde llamé al mal bicho de mi suegra y la invité a cenar. ¡Qué otra le quedaba que largar todo y venir corriendo a ver a su Santa Madrecita! ¡Qué ingenuos son los hombres! Ahora me voy de shopping a reventar la tarjeta. Tengo que cambiar todo el living. Después ropa nueva para los chicos y Spa para mí. ¡Qué gaste! Después de todo, estas tipas van y vienen. Los muebles y la familia son para siempre.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre derechos de autor.

martes, 20 de mayo de 2008

Ingenio "la Identidad" (Juvenil)

“La Identidad” era el nombre del ingenio que, a su vez, dio nombre a nuestro pueblo. En las buenas épocas supieron trabajar en él más de quinientas personas y así sostener a quinientas familias. Estaba emplazado a la entrada del pueblo, que tenía su centro, en torno a la plaza, frente al Banco, a la Capilla y el Colegio. Frente al colegio, frente a la casa de Juliana, sentados en un banco de la plaza fue que mi padre le pidió por aquel entonces casamiento a mi madre. En él se tejieron miles de historias al ritmo de los cargamentos que salían por semana. Una vez hasta vinieron a filmarnos. Ese día mi mamá nos almidonó y engominó hasta el alma y papá embanderó el frente. Todos estábamos increíblemente felices. Otra vez hubo visita oficial. Yo nunca había sentido latir tan fuerte mi corazón! Desde el descapotable aquella Señora rubia, tan delgada, tan fina, con esas estolas espléndidas nos daba la mano y la gente lloraba, se desmayaba, la besaba. Con el tiempo fui creciendo y me vine a la ciudad a seguir la facultad, que era el sueño de mi padre. Soy Ingeniero industrial. Siempre pensé en recibirme y volver, ya que hasta mi hoy esposa es de allá. Nadie, absolutamente nadie, ninguno de los pocos que hoy quedan saben explicarme el porqué. El porqué de tanto salvajismo, el porqué de tanto ensañamiento, el porqué de tanta deshumanidad. De “La Identidad” nada queda hoy. Los “Ilustres Borradores” hasta eso nos quitaron a fuerza de traer de afuera todo. La gente fue migrando con destino incierto. Yo conservo amigos de esa época, de ese lugar. Siempre soñamos con reflotarlo. Ahora estamos en gestión, hablamos seguido, todos nos estamos preparando para ese momento. Quizá no falte tanto para recuperar “La Identidad”. Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre derechos de autor

lunes, 19 de mayo de 2008

Eutrapelia

Homenaje a Clarice Lispector No fue más que un simple comentario. El Inglés es malo. El Inglés me oprime, me maltrata. En realidad, yo estaba diciendo: me siento oprimida, maltratada. No sólo por el Inglés . Oprimida, Maltratada. Gaby me trajo la solución. Y la solución tenía la forma de tres bolsitas: En la primera café En la segunda azúcar En la tercera cal Su abuela lo usaba para eliminar las cucarachas El siguiente cuento podría completarse de tres maneras: La venganza La indiferencia La justicia La venganza Mi aptitud para el asesinato era desconocida para mí. Hasta entonces. Odié a ese hombre con todas las fuerzas de mis entrañas. Y era demasiada fuerza. La solución estaba a la vista. Era simple, cristalina, autosuficiente. Como las formas puras, bella. Como las formas puras. Mañana el Inglés vendría a la oficina. El café "is a must" según sus propias palabras. Sólo se trataba de preparar ese café. Especial para él. Duro como una cucaracha. La Indiferencia Preparé el café con deleite. Creo que no era yo, era la otra, la que hace que las cosas brillen. Ella, yo, demoramos primorosamente la mezcla. Como el primer platillo para el ser amado: esmero, delectación. Entré con la bandeja a la oficina. No reparó en mí, sumido como estaba, en su propio mar de palabras. Yo creo que para ese entonces no hablaba, no escuchaba, no se escuchaba. Sólo se miraba. Se miraba en su espejo de oro. Tomamos el café, seguimos departiendo. Llegó el momento de partir y todo estaba como siempre. En algún sitio remoto miles de inocentes perecían aplastados por un atentado brutal. La justicia Iba a tomar la taza cuando el celular sonó. "Excuse me" nos dijo, pero del pasillo llegaban las interjecciones, las frases entrecortadas, las defensas cada vez más bajas. Volvió. El rostro algo desencajado, la mirada ausente. Dijo que ahora debía partir Que algo imprevisto Que despues nos explicarían Salió mientras yo apuraba el café en el lavatorio. Ya se había enfriado. Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre derechos de autor.

viernes, 16 de mayo de 2008

Pájaros de madera (juvenil)

Chichilo era el linyera del barrio. Eran otras épocas aquellas en las cuales esta condición era casi un oficio. Para empezar, no había tantos. Cada barrio tenía su atorrante amigo, altamente especializado. Y, aunque cuando recién llegaba fuera un poco temido y rechazado por las señoras, con el tiempo pasaba a formar parte del paisaje y hasta encarnaba un rol social invalorable. Algo así como un vigía sin armas, sin preparación alguna y, probablemente, sin mucha altura moral para ello, pero, definitivamente entrañable. Chichilo se decía “ciruja matriculado” , pero no vago, aclaraba siempre. De tal suerte, en situaciones extremas, hasta por trabajar le daba: a veces ayudaba al verdulero a cargar unos cajones, hacía algún mandado, cortaba algún pastito. Tenía a su favor el don de la caradurez simpática y, a veces. Hasta se bañaba. Un día en que andaba merodeando por el barrio encontró con la basura un cajón con pájaros. No pájaros de verdad, no pájaros muertos ni dormidos que sería el único modo de tenerlos quietitos en un cajón, sino pájaros de madera. Eran como doce de diferentes colores, razas y tamaños. Bastante destartalados, por cierto. Al principio no supo bien qué hacer con ellos. Pensó en venderlos, pero no hubo compradores. Pensó en regalarlos, pero no hubo candidatos a semejante obsequio. Finalmente pensó en ¡abandonarlos! Así que volvió a la esquina en donde los había encontrado y los dejó. Pero esa noche soñó que las avecitas lo llamaban. -Chichí, Chichí- por las buenas primero. -Chichí, Chichí, desalmado, traidor- piaban -Chichí, Chichí, roñoso, mala gente, el mundo sabrá esto! No le quedó otra que volver a buscarlos. Anduvo varios días con el cajón a cuestas, hasta que se le ocurrió La idea. El procedimiento era sencillo: subirse al cajón en una esquina cualquiera. Después venía la plática. Qué digo la plática: la declamación, el encendido discurso sobre pájaros; pájaros de todo tipo, color, raza y estirpe. Al final, el plato fuerte: los increíbles, asombrosos, los inefables pájaros de madera, la especie más rara del mundo. La gente aplaudía emocionada, ovacionaba, se abrazaban a Chichilo. Y ahí venía el mangazo. Pasar el platito, juntar los morlacos. Yo creo que ni el Chichi se la esperaba, porque, hay que decirlo, nada mal le fue al tipo. Duro al principio, como todo negocio. Pero con mínima inversión inicial, es decir, el cajón y los adefesios. Y sin ingresos brutos, ganancias, IVA, etc. etc. La gran sorpresa fue cuando la cosa empezó a crecer. Cada vez se iba juntando más gente. Y más. Y más. El Chichi estaba chocho. Las pulgas de su cabeza se alborotaban de alegría y los piojos hacían ronda. Pero ahora se le presentaba otro problema: en el amontonamiento, a la hora de recaudar, los de atrás se hacían los giles y se iban. De tal suerte incorporó a Antonio, el borrachín del barrio que amenizaba el cobro con tangos de curda. Y así tuvo su primer socio. De ahí a las sucursales en las distintas esquinas hubo sólo un paso. Después vinieron las franquicias en otros barrios, otras localidades, otras provincias. Hubo que ponerse a fabricar más pájaros, ya que, al principio fueron reemplazados con casi cualquier cosa: ositos de peluche, muñequitos de playmovil, flores de plástico. Chichilo andaba de acá para allá todo el día repartido entre las presentaciones, la producción de pájaros y la administración de tan peculiar empresa. Ya casi no tenía tiempo de ocuparse personalmente de nada y así decayó el servicio. El barrio se había quedado sin el ciruja, su ciruja. La gente extrañaba a su atorrante amigo. Chichilo cada vez merodeaba menos, hurgaba la basura menos, mangaba menos. Cierto día llegó al barrio el hombre de los pájaros de goma.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre derechos de autor.

jueves, 15 de mayo de 2008

Mensaje al Futuro (Juvenil)

El día que Mario lo trajo a casa me exasperó bastante. Es verdad que yo ya estaba acostumbrada –resignada- a sus excentricidades y a ese maldito hábito de llenar nuestra casa de porquerías encontradas….bicicletas destartaladas, cuadros rotos, zapatillas impares, chupetes sucios, sillones para nadie, libros sin tapas, ramas de ficus que nadie plantaría nunca……Pero esto ya era demasiado: un tonel de lata, enorme, gordo, latoso. Lo miré con espanto asomarse con dificultad al recibidor, luego a Mario que lo empujaba por detrás, luego al tonel nuevamente, luego a mi inefable marido, luego al inefable tonel. Creo, no podría asegurarlo, pero creo que ya en ese momento tuve un presagio. Es verdad, tendría que haberlo sabido, ud. dirá, tendría que haber puesto el grito en el cielo. Ese era el momento, después sería demasiado tarde. Cuando le pregunté que para que quería semejante adefesio me sorprendió- como siempre- con un disparatado plan de rellenarlo con un mensaje para arrojar al espacio. -Cada día está más loco! Loco, reloco, loco de remate, loquísimo! Digno marido mío! (como lo quiero!) – pensé Me dije que con el correr de los días se olvidaría del tonel y entonces sí, a la calle! Pero no: con el correr de los días empecé a notar las extrañas desapariciones. Primero fue un zapato rojo mío, un Luis IV bellísimo y carísimo. Siguieron los utensillos de cocina; la lámpara china; el disco de pasta de Armstrong ; las pelotas de medias sucias ; El diccionario Enciclopédico. Como toda respuesta a mis interrogatorios, Mario arqueaba la cejas y espetaba – es un mensaje al futuro, vos sabés…- Pero yo no sabía ni entendía nada. El colmo fue el día en que desapareció el platito del gato a la mañana para, al mediodía desaparecer el gato entero. Estaba harrrrrta, furiosa, era el colmo, ¡el colmo!…iba a abrir ese maldito tonel, como fuera. Iba a recuperar mis cosas como fuera. Lo último que recuerdo fue la inmensa oscuridad al levantar la tapa, al inclinarme hacia el fondo, al sentirme atraída, absorbida, centrifugada, literalmente chupada hacia el fondo, hacia el centro, hacia la oscuridad y el vacío. Ahora estoy aquí. Por suerte está mi gato haciéndome compañía. Ya me acostumbré a la negrura y escribir en las hojas que encontré aquí caídas o guardadas, no se. Desde aquí escribo esta historia, yo, el mensaje viviente que, en breve supongo, será arrojado al espacio.

Cautiva

Dicen que estoy agotada. Que tengo estrés laboral, que me vendrán bien unas vacaciones, un ambiente tranquilo, dejar de pensar tanto. Al menos eso dijo el psicólogo de la empresa, H. Paz. Habrá que remontarse a unos meses atrás cuando empezó todo esto. Estamos en 2001, tengo 24 años. Soy una precoz ejecutiva de cuentas de una multinacional de seguros cuya casa matriz se encuentra en Nueva York. Estudio Marketing, aspiro a muchas cosas, pero, en realidad espero más bien pocas. La principal: vacaciones para estar con Lucas y con mi perro. Escapar. Escapar delas doce horas de trabajo que nos permiten pagar la hipoteca. Escapar del celular y los conflictos entre sectores. Escapar de los reclamos de los clientes, pero también de sus súbitas e impertinentes muestras de afecto. Escapar. Ahora que lo pienso esa fue la señal primera. La palabra escapar me perseguía. Y cuando decía escapar, algo en mí ya hacía ruido. Al principio fue un ruido sordo y lejano, que me negué a escuchar. Era ruido de celdas, de rejas, eran los pasos que resonaban en el pasillo, en mitad de la noche. Entonces yo en mi cama sentía la contracción en la boca del estómago y sólo podía ovillarme y hacerme más pequeña, sin decírselo a nadie, sin despertar a mi pareja, porque, ahora lo sé: los carceleros te obligan a callarte la boca. A los pocos días ocurrió el primer llamado concreto. Era el día de la reunión con el Brasilero, el subdirector de la empresa. Estaba lindo, tomamos café, por momentos hasta nos reímos. Todo bien, salvo por algo que parecía flotar en el aire, pero que no se decía. Otra vez nuestro jefe de ventas hablaba de “personas” sin decir quienes eran, de “ciertos conflictos” sin aclarar cuáles eran. Y entonces venía el interrogatorio y los números y yo sin entender bien de qué se me acusaba. Si es que me acusaban, si es que era a mí o a otro o a otros a quienes acusaban. Porque de algo más se hablaba y yo no entendía de qué era. Y entonces allí estaba ella en la celda marrón sin entender de qué era, cuál era la acusación si de algo la acusaban. Allí estaba ella en mis palpitaciones, resistiendo a sus propias palpitaciones, a la presión de su sangre, al golpe brutal en la mandíbula, a sus propias lágrimas. Fue entonces, en medio de la reunión, que me sobrevino el vahído, el dolor en la nuca, el chillido ensordecedor tapando todas las voces. Cerré los ojos, la vi de repente. Se acurrucaba en el ángulo de la habitación cada vez más pequeña ella, al lado del tipo enorme de gruesos bigotes, de lentes oscuros, de gamulán de los años 70. Desde el otro cuarto venían los gritos, el chapoteo de una cabeza empujada hacia el agua, la música insoportable. Cuando abrí los ojos, ellos, mis compañeros de oficina, me rodeaban. Valdez tenía un vaso con agua, el jefe de ventas me sostenía la nuca y me hacía bajar la cabeza cada tanto, para irrigar el cerebro, según explicó despué####ónica sostenía un sobre de azúcar abierto del que había vaciado la mitad bajo mi lengua. El Brasilero se había retirado. Me paré a duras penas, les agradecí a todos y me dejé acompañar por Valdez que me sostenía por la cintura, mientras me daba un sermón afectuoso sobre mi deber de tranquilizarme, comer bien, no fumar tanto. Yo sentía el estómago revuelto y hubiera querido decirle de ella, de los centros de detención clandestina. Ella que no podía comer, ni tomar agua, ni ver la luz con esas vendas en los ojos. Hubiera querido pedirle que fuésemos a buscarla, que la rescatáramos, que aún estábamos a tiempo. Pero no pude porque a ella, es decir a mí, justo la habían silenciado de una bofetada. Hoy la sentí un poco mejor, pobrecita. Desde aquí, con la vista fija en la compu, llegué hasta ella. Me (Le?) sequé una lágrima, le pedí que resistiera, le prometí que algo se me iba a ocurrir pronto. Por momentos siento que está delgada, demacrada, que le duele. Lo siento cuando palpo mis propias costillas frente al espejo o se me escurre la ropa y se desliza hasta el suelo. Hoy me obligué a comer bien, a tomar algo caliente, me abrigué los pies, me di enérgicos masajes para desentumecerle los músculos, las extremidades duras a fuerza de cautiverio. Hay quienes dicen que estoy rara, que de un tiempo a esta parte, me volví rara. Que hablo, que pienso, que actúo raro. Hasta hay rumores de que me he sicotizado. Yo me pregunto qué es estar raro. Qué es más raro: festejar un Valentinés Day remoto, ajeno, impuesto como en mi oficina o sufrir este dolor de otro. De otra que bien podría ser cualquiera de ellos, pero que soy yo. Yo en otro cuerpo, mi cuerpo mismo en otro yo, mi yo en otro tiempo. Tiempo de desaparecidos, de torturas y de muerte. Es por eso que, mientras en la oficina repartían los regalitos del día de los enamorados, yo buscaba en internet un nombre que no conocía, pero que, tal como presentí, era mi propio nombre. Al tiempo me llegó la citación para presentarme ante el psicólogo de la empresa. Por esos días un brutal acto terrorista había derribado las Torres Gemelas de Nueva York y el mundo andaba consternado. Mucho más la empresa en donde yo trabajo, cuya central está radicada en esa ciudad, precisamente. Todos, absolutamente todos, habían participado de una campaña de solidarización redactando cartas de condolencia, repudio al terrorismo y apoyo para nuestros colegas neyorkinos. Todos menos yo, que no podía pensar en el norte cuando las voces me llegaban tan nítidas y dolorosas desde abajo, desde el sur, desde Trelew. El Licenciado Paz tomó mi legajo. Soltera, 24 años. En concubinato, sin hijos. Experta en ventas. Trayectoria corta, pero intachable. Evaluación médica y psicológica pre-ocupacional: óptima. Antecedentes policiales, legales, penales: cero. Sanciones laborales: no registra. Ausentismo por enfermedad: mínimo y justificado. Problemas personales, familiares o ambientales: no manifiestos a la fecha. Para mi sorpresa, el psicólogo abrió la charla desplegando ante mí su currículo. Me contó que se había graduado en el 78, épocas duras para la Argentina, dijo, y para ser psicólogo en Argentina. Habló de su pasado como músico aficionado, de su pelo largo de entonces, de su militancia de juventud. Yo, en mi asiento, sentía crecer en mí un miedo inexplicable, mientras escuchaba la perorata amistosa, sabiendo por dentro que ese hombre mentía, que me estaba acorralando. Que la tomaba ahora por el pelo, tirando su cabeza (que era la mía) para atrás, haciéndole sentir su aliento cerca de la boca, sus genitales entre las piernas, mis piernas. Me preguntó, entonces, si profesaba alguna ideología; más concretamente si era familiar de desaparecidos, aunque, creo, no utilizó esa palabra, sino otra como activistas, militantes, algo así, que para el caso, venía a ser lo mismo. Yo le dije la verdad, y es que de ese tema no tenía ni la más puta idea, que ni siquiera tenía edad para tenerla, que mi familia siempre había andado de lo más desentendida del mundo, que tampoco tenía opinión formada sobre nada. El sonrió y asintió en silencio. Prendió un cigarrillo, cosa que me extraño de sobremanera, siendo que en esta época casi en ningún lado se permite fumar. Mucho menos en mi trabajo que siempre son los primeros en embanderar las improntas norteamericanas .Y, en esta época, se trata de cazar fumadores como brujas, a diferencia de los 70, que fumar era tan bien visto. Se hizo un silencio. El tipo volvió a sonreir y a asentir con la cabeza, pero yo se que no me estaba creyendo. Ella me lo decía . A ella tampoco le creían cuando negaba a los gritos, ni cuando pedía por favor, ni cuando contestaba –no, señor- al hombre que ahora le hablaba con voz meliflua. Igual que Paz que ahora me hablaba de su conocimiento de mis virtudes como empleada, mi alta calificación, aptitud y dedicación profesional. Y yo sabía y ella también sabía que justo después vendría la piña en el estómago. Estrés laboral dictaminó el tipo. Me mandó a casa a descansar y después al médico. En casa, Lucas me atendió con un esmero conmovedor. Me dio bien de comer, igual que le daban a ella, después de días de hambruna. Después me obligó a bañarme y a emprolijarme igual que la obligaban a ella. El Doctor le sugirió a Lucas llevarme unos días de viaje. Uruguay, en avión, tal vez. El fue el que me inyectó un potente calmante antes de partir. Igual que a ella. Subí las escaleras del avión atontada, para emprender el vuelo. Fue de golpe que supe todo lo que iba a pasar y todo lo que vendría después. Entonces, antes de que cayera la abracé fuerte, le pedí perdón en nombre de todos y le juré que jamás, nunca, en ninguna parte, se la llevarían de arriba esos hijos de remil putas. Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre derchos de autor.

El primer día soleado (Juvenil)

El primer día soleado Aquel era el primer día soleado del otoño. Tras largas tardes de lluvias torrenciales, en las que Luisa tocaba el piano mientras yo bordaba junto al hogar, el sol asomaba nuevamente. Despegué la cabeza de la almohada y miré la campiña. Ante mí, ante mis ojos, se extendía un majestuoso paisaje verde que invitaba a mis pies desnudos a correr hacia él. Sabía que mamá se enojaría, pero ¿qué más daba? Bajar a los saltos la escalera, con el camisón blanco arrastrándose por toda la casa. Manotear de pasada el piano arrancándole enloquecidos acordes. Alzar a la majestuosa gata de angora, cargarla a upa , obligarla a salir y dar vueltas y más vueltas de vals, de calesita, de ronda. ¿Qué hacer con tanta vida? ¿Qué hacer cuando se tiene trece años y ganas de reír a carcajadas y el pasto verde que te llama a revolcarte? Luisa, mi hermana mayor, bajó escandalizada. Con el pelo revuelto y los ojos soñolientos se paró en el marco de la puerta. Desde el parque le hice una reverencia, ensayé un paso de minué y le grité que viniera, que viniera que esto estaba bueno, que el día, el sol, el pasto… Fue entonces que detrás de Luisa aparecieron los enfermeros, vinieron hacia mí con las jeringas y me doblegaron por la fuerza.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre derechos de autor.

Ana Kem

miércoles, 14 de mayo de 2008

Un encuentro especial (Infantil)

El día que Bienhallado Cucutate bien halló a Abundantia Martiria, pensó que ese era el mejor día de su vida. Y eso que Bienhallado era el tipo más suertudo del mundo. Y esto no es un decir, es literal. Ya lo aburría tener tanta suerte. Desde chiquito en las rifas escolares era favorecido SIEMPRE. Si no había estudiado la lección podía estar seguro de ser transparente para los profesores. En cambio cuando había estudiado siempre era el primero en ser llamado y lucirse. Si entraba una chica nueva al club, al cole, al barrio tenga ud. X seguro que se enamoraba de Bienhallado, pero solo si era hermosa, inteligente y de buena familia. Las otras, las menos agraciadas parecían no reparar en él y así, hasta tuvo la inmensa suerte de no romper jamás un sólo corazón femenino (ni escuchar llantos, súplicas ni reproches). Ya de más grande obtuvo 5 títulos universitarios, sólo porque no quiso tener 15, 30 o todos los que hubiese. Total sólo era cuestion, para él, de inscribirse: el resto se daba sólo, del modo en que ya pueden imaginárselo. Se hizo rico, no solo ganando la Lotería, el Quina y el loto, sino que además sus empresas de agujeros para paraguas, clavos de goma y arrugas para la cara eran un éxito rotundo en la historia del empresariado mundial. Pero Bienhallado tenía un problema: Se estaba enfermando de aburrimiento. Y, es natural; tanta suerte, tanta bonanza, ni un solo problema, nada, nada, ni una suegra insoportable, ni un amigo que hable pavadas, ni un caniche que le rompa la casa terminan por hastiar a cualquiera. Ya había consultado médicos, curanderos y podólogos. Se dio por un tiempo al vagabundeo y la mala vida: no hubo caso, sus cosas salían mejor que nunca. Trató de perder su fortuna y negocios: tampoco hubo caso. Siempre lo salvaban personas de buen corazón, de esas que está lleno el mundo. Se casó con la mujer más fea, mala y sucia del mundo. Sólo que a su lado, ella se convirtió en una princesita adorable, que lo amaba con devoción. Entonces decidió huir. No muy lejos, porque igual la suerte iba a seguirlo irremediablemente. A unas 10 cuadras de su casa, sentado en el umbral roñoso la vió. Abundantia Martiria venía lagrimeando por la calle. Ese día lucía un atuendo estilo Morticia, solo que a ella con su metro 51 y sus quilitos de panza, no la favorecía mucho que digamos. También llevaba un paraguas en pleno sol, lleno de los agujeros que la empresa de Cucutate fabricaba. Hay que decir que no siempre se vestía así la Sta. Martiria, ni era tal su estado de ánimo. A decir verdad, le hacía honor a ese nombre tan contradictorio de Abundancia y Martirio: Era dos mujeres en una, los polos más opuestos del mundo. Abundantia algunos días era bondadosa, alegre y dulce. La Señorita Martiria era tan, pero tan amarga y malaonda que comía chicles de radicheta y se ponía zapatos 2 números mas chicos. Los días de buena aunque hiciese 2 grados se vestía con atuendos hawaianos y bailaba hula-hula en las esquinas. Besaba a los policías y caniches y repartía entre los chicos deliciosos buñuelos de lagartija frita o su exquisito helado caliente con sal. Plantaba margaritas y quería a todo el mundo, incluida ella misma. Los días de mala salía encorcetada, con trenzas a lo Frida Khalo y zapatos 2 números más chicos y espantaba a los desprevenidos que iban a besarla. Esos días insultaba a las nubes y le sacaba la lengua a los gatos que la miraban desde su altiva indiferencia. Ni que decir de lo mal que se llevaban estas 2 partes de ella, todo el día se corrían como perro y gato. La mujer vivía en un caserón gigante dividido en dos mitades: una tenebrosa cueva del espanto toda negra y una casita de muñecas toda primorosa, con una mascota que era lo que más amaba en el mundo: Un ejemplar único de Picaparedes enuhilo. El picaparedes era un pajarito similar al pájaro carpintero, pero con un pico de extraordinaria fuerza. Con él era capaz de atravezar una cordillera de diamante. Ni que hablar de las paredes de su casa y de los vecinos incluso. Pero este bichito tenía la virtud más grande del mundo: El intercedía en las peleas de las dos partes de Abundantia lanzando un chillido que hacía vibrar todos los vidrios de la casa. Y del vecindario tambien. La cuestión es que ese día cuando Bienhallado desde su esquina la observaba, pensando en que ésta podía ser la oportunidad de su vida, ella venía lloriqueando. Y no porque ese día le tocara la amargura, sino porque Picaparedes había desaparecido. (CONTINUARÁ...)

Caídos en combate

Ese día el General cayó antes de lo previsto. Estábamos en la sala debatiendo el manifiesto. Para ese entonces yo era un caído del catre que ni sospechaba el flagrante delito que constituía el querer un mundo sin caídos del mapa. Con la cabeza gacha, la voz mínima, el terror de los cómplices, mi madre despachó a mis amigos. Cuando quedamos solos, la bofetada brutal cayó sobre mi cara. Mis dos hermanos mayores, Álvaro y Justo –ambos cadetes del Liceo- me miraban admonitoriamente. -Ya vas a caer – sentencié para mis adentros mientras sofocaba la furia. Tenía tan sólo 12 y muchos, demasiados de vivir en la casa del general. Su hijo. ¿Su hijo? Esmirriado y desangelado, creo que al nacer fui su primera derrota. La cigüeña me había dejado caer en el lugar equivocado. -Mierda, tagarna, rata, marica… un flojo como su madre; éste no puede ser hijo mío- Vociferaba con voz de trueno. –Acá no quiero volches, ni putos, ni loquitos. Caía de maduro, no me quería. Fue para que me hiciera hombre que caí en la Escuela Militar de La Nación. Sobreviví al bautismo y rituales tanto de superiores como de pares a los que yo no les caía en gracia. El 24 de marzo de 1976 cayó miércoles y de un golpe, cayo un gobierno constitucional. Y de estas caídas el General sabía mucho. Por mi parte, caí en desgracia al expresarme contrario a lo que ellos llamaban “Causa Nacional”. Me expulsaron. Y era claro: no podía volver a casa. Sería largo y ocioso explicar cómo, en mi exilio, fui a caer en la brigada revolucionaria. Los historiadores hoy me acusan de haber caído en la tentación de saldar viejas cuentas personales usando al movimiento. Igual, ya no tienen cómo saberlo. Lo cierto es que, después de caer mi madre en la depresión y el suicidio; después de que todos mis compañeros fueran cayendo uno a uno. Con la certeza de que en breve yo mismo caería en alguna redada y mi cuerpo iría al desguace, no me quedaba mucho para perder. Yo ya había caído en el combate. El secuestro de General marcaría un hito en la sangrienta historia de esta época. Dirán que caí muy bajo. Puede ser. Mi célula utilizó la información que les di para un golpe impecable. El General cayó en la trampa el 26 de agosto de 1977. Era de noche, caían piedras. Cuando cayó de espaldas en el piso de aquel sótano, caí en la cuenta. Entonces, apoyé mi borceguí sobre su pecho, lo mire a los ojos, apresté mi fal y me dije -al fin caíste-. ANA KEM

Otra

Ya no soportaba compartirlo con Otra. Él hacía como que disimulaba, pero yo podía verlo. Él, ella, clavaban los ojos en los ojos; los de él azules como el mar, los de ella pardos como el atardecer. Entonces yo sabía: desaparecía. Asistía dolorosa a mi propia muerte, a mi propio funeral de desaparición. Yo lo sabía: Amaba más a Otra. Y Otra lo amaba. Más que a nada en el mundo. Había días en que todo me parecía tan insignificante… ¡Que la ame todo lo que quiera!- Pensaba entonces. Y levitaba por el solcito cálido que filtraba los postigos de la casa. Pero entonces, en medio de mi íntimo festejo el cielo se partía en nubarrones negros. Otra era una parte de su ser. Su parte más querida. Él era su vida. La vida de Otra. Pensé que con echarlo sería suficiente. Pues no: Seguía amándola. Pensé que con castigarla, arrastrarla y afearla lograría mi cometido. Pues no: Ella brillaba como un diamante secreto en la noche. Finalmente, no tuve opción. Tenía que borrar a Otra de mi vista. Sentí el desgarro más intenso más intenso de mi vida. Hoy asesiné a mi hija.

San Disparate (Infantil)

San disparate era el Santo más milagroso y cumplidor del mundo. También era generoso y protector, lo que hacía que los necesitados acudieran a él en busca de ayuda, así como hoy recurren a San Cayetano, Poncio Pilato o San Expedito. Pero San Disparate tenía un problema: Se estaba quedando algo sordo. Además desde siempre había sido muy, pero muy distraído. Ocurrían, entonces gran cantidad de equívocos: A Juan, que quería un perro, le había mandado puerros. A Domingo que pedía salud le dio un laúd. Concepción pidió una parra y le llegó una guitarra. Poroto que necesitaba trabajo, recibió un contrabajo. Diga que para salvar este inconveniente se unieron y formaron la famosa orquesta de cuerdas “Domingo con Porotos”. Y Juan vendía puerros calientes a la salida de los conciertos. Pero los disparates de San Disparate no terminaron ahí: A Fermín que suspiraba por el amor de Malena, le mandó una ballena. Eso sí, una ballena muy coqueta que se pintaba los labios, daba besos y decía “I love you”. Estela quería amigas, pero le llegaron ¡vigas! Ni corta ni perezosa Estela construyo con las vigas una casa toda rosa con un jardín primoroso. En la primera fiesta que dio en la casa vinieron doscientas cincuenta chicas de todo el país. Junto a Estela bailaron, se rieron, se contaron secretos, criticaron a otras y hasta se pelearon, lloriquearon y se reconciliaron. De allí nació una entrañable amistad para toda la vida. Fue aquella la época en que los olmos dieron peras y los chanchos andaban chiflando. Los chicos del colegio pedían vacaciones y San Disparate les mandaba ¡evaluaciones! El colmo fue la vez que la gente del campo le pidió que hiciera crecer sus sembrados. Solícito, San Disparate las hizo crecer tanto, pero tanto que esa región es hoy la conocidaSelva Amazónica. Los campesinos, entonces tuvieron que acostumbrarse a vivir como Tarzan, lo que tuvo su lado divertido, también. Tarzan, por su parte, cansado del bochinche se mudó con Jane, la mona y el elefante al Sheraton de Nueva York y se convirtió en unexitoso accionista de la bolsa . En éste punto Dios tuvo que intervenir. Para compensar estos errores decidió asignarle a San Disparate un ayudante dedicado a reparar y socorrer a los fieles en apuros: Pochi. Pochi era un diminuto angelito japonés risueño y afable que había sido agraciado con un don muy especial: tenía un corazón tan tierno y tan flexible que podía convertirse casi en cualquier cosa. Así el corazón de Pochi hacía las veces de red que atajaba a los bebés que daban sus primeros pasos; de colchón para los perritos de la calle; de manta para los abuelos friolentos. También ayudaba a las doñas con las bolsas cuando volvían del mercado y se interponía en los choques de autos. Pero Pochi tenía un problema: era un poco miope. Esto, a veces, complicaba sus tareas de rescate. Un día en que estaban trabajando en el despacho de San Disparate escucharon un ruego muy particular. Era el día en que se disputaba el super clásico Alumi vs. Jorge Newbery . Iban 0 a 0 . Ambas hinchadas, desesperadas, rezaban por un gol, gol, gol. San Disparate y su ayudante acudieron de inmediato. El partido venía muy trabado y el clima era de tensión absoluta. Los hinchas de un lado y del otro insistían: -un gol, un gol, un gol...-El santo miraba hacia un lado y otro, su escasa audición confundida por el rumor. -Un gol, un gol, un gol... –clamaban los hinchas. Cada vez se le hacía más difícil... Al fin se decidió: mandó un gol espectacular, histórico, un gol de media cancha ¡en contra! Pochi intentó interceptarlo con su corazón antes de que alcance el arco, pero como no pudo ver bien la jugada, enredó al pobre arquero que se debatió inútilmente contra una red invisible. Los hinchas quedaron desolados. Todos. Porque aún lo vencedores no querían ganar de esa forma, sino en buena ley. Fue entonces que, con su infinita paciencia, el Tata intervino de nuevo. Esta vez decidió hacerles a ambos un regalo que les cambiaría la vida: Un audífono a San Disparate y a Pochi unas gafas de aumento. Al poder oir mejor el santito dejó de estar tan distraído tratando de entender lo que los fieles le decían. Además pudo volver a percibir los más bellos y sutiles sonidos de la naturaleza: el canto de las ranas, el aleteo de las aves, el viento entre las hojas, el rezo de un niño. Pochi, por su parte, ya no se agota tratando de ver desde el cielo quien necesita ayuda y, si siempre fue alegre, con esto se volvió más alegre todavía. Ahora volvió a ver a las laboriosas hormigas que desde su fila los saludan levantando la patita cuando pasa volando raso. A los ciempiés que le hacen morisquetas y a las mariposas cuando se ponen a su lado para sacarle la lengua. Dios, además, decidió dejar los milagros complicados para otros santos como la Virgencita, San Antonio o Santa Rosa. A San Disparate y su angelito les dio otra tarea: llevar alegría y ocurrencia a tantos corazones preocupados y aburridos que andan x el mundo. Y, como es sabido, la alegría construye puentes de fraternidad entre los hombres. Así qué, cuando conozcamos a alguien que parece no entender nuestras palabras o ver bien, recordemos que pueden estar necesitando nuestra ayuda. Cuando usemos o veamos a otros usar gafas o audífono pensemos en los personajes de esta historia que tanto bien hacen al mundo. Cuando nos ocurran esas cosas raras y divertidas saludemos con una carcajada a los heroes de este cuento: San Disparate y su angelito japonés.

Cecilia

Cecilia Diana Kempfert Hoy volvió a llamarme Cecilia desde Madrid. Dice que me vaya para allá. Y pronto. Insiste. Del otro lado de la línea. Dice que acá están pasando cosas. Que ella lo leyó en los diarios de allá. Dice que hay redes que son como telas de araña. Dice que son trampas mortales. Cecilia llora. Yo le digo que bueno, que voy a ver. Cecilia suplica. Le digo que me parece que no voy a ir a ninguna parte. Cecilia tira de la cuerda, es cuerda, me recuerda, que no me pierda, que es una mierda. Cecilia grita. De repente yo también estoy gritando que minga que las pelotas que no tengo porque irme a ninguna parte quesevayanalareputamadre. Cecilia hace silencio y entonces derriban la puerta.