Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

jueves, 22 de enero de 2009

SAN DISPARATE Y EL CARACOL MALIFACIO (CONTINUACION S.DISPARATE)

San Disparate, el santito de la ocurrencia y la alegría, andaba un poco perdido. Sucede que Pochi, su fiel ayudante miope se había tomado una laaarga licencia. El angelito japonés del corazón elástico iba a operarse, al fin, para poder ver mejor sin tener que usar gafas. Y San Disparate se sentía solo. Muy solo. Desde siempre, él había sido muy madrugador: todos los días a las siete lo despertaba la campana del Jardín de estrellitas que lindaba su nube. Desayunaba disfrutando del pequeño batifondo de los cantitos, risitas y chisporroteos de las pequeñas, siempre tan alegres. Pero últimamente no. Como todos sabemos, San Disparate era más sordo que una tapia, por lo que el Tatita, después de muchos problemas, le había regalado un audífono que le cambió la vida. Sucede que ahora se olvidaba de ponérselo. Al levantarse de su colchón de cielo y mirar su cara en un rayo de luz solo se le ocurría volver a acostarse. Se despertaba al mediodía y con la melena, la barba revuelta y la toga arrugada intentaba ponerse a trabajar. Pero no sabía ni por donde empezar, tanto era el trabajo acumulado. No lograba concentrarse y pasaba de una cosa a otra sin concluir ninguna. Intentaba despejarse y salía a dar un paseo por la galaxia sin rumbo fijo. A veces bajaba un rato a la tierra; veía cosas que no le gustaban, pero no tenía fuerzas para hacer algo para cambiarlas. Sus fieles, que necesitaban ayuda, empezaron a comportarse de igual modo: su vida iba volviéndose tan monótona y tan opaca que a veces caían dormidos de aburrimiento en plena comida sobre un plato de sopa. Otras se olvidaban de cómo reírse y, cuando algo les causaba gracia, fruncían el seño o puchereaban. Las cosas más divertidas que a ellos les pasaban eran, por ejemplo, ir al dentista, practicar cincuenta veces la tabla del nueve u oler coliflor hervido. En el cielo todos estaban empezando a preocuparse por San Disparate. Muchos quisieron ayudarlo hablándole y dándole consejos que él escuchaba respetuosamente (cuando se acordaba de usar su audífono) Todos los Santitos y Ángeles acudieron a Dios en busca de ayuda para San Disparate. Pero el Creador les dijo: “Ayúdate y te ayudaré” como dice la Sagrada Biblia. Paso un tiempito. Un día en que el santito caminaba por el arco iris divisó al Caracol Malifacio. Malifacio era el hijito menor del Caracol Gruñon con quien hacía años había trabajado San Disparate. Gruñon no había sido fácil ya que todo el día andaba criticando a las plantas, buscando pelear con los otros animales y llevando chismes de un caracol a otro. Tuvo que intervenir San Antonio para que conociera a Belisa, la Caracola más dulce y buena del mundo. Y ahí nomás, enamorado como estaba de Belisa, San Disparate llenó su corazón de alegría y optimismo por la vida. Además se volvió tan divertido que fundo la famosa Escuela de Comedia para Caracoles. Pero Malifacio había salido a como había sido su papá. Cuando el santo lo avizoró, el caracolito andaba haciendo de las suyas en la tierra: comiéndose las flores más hermosas de la Princesa Hermelinda, llenando de saliva los caminos para que los incautos patinaran, poniéndose en la fila de las hormigas para dificultarles el paso. También tocaba timbres y se metía en su casita. Gruñon y Belinda no sabían que hacer para que se portara mejor. Ya habían probado todo: hablarle, premiarlo, retarlo, no dejarlo salir, etc. etc. No había caso, el pequeño era incorregible. El colmo fue el día en que hizo pelear a dos señores en la plaza. Los hombres estaban leyendo tranquilamente el diario cada uno en un banco a metros de distancia. Malifacio se paró entre ambos bancos y comenzó su tarea: - Pelado- dijo con voz gruesa y se metió en su casita. - Petiso narigón- imitando otra voz. - Andá a lustrarte la bocha- siguió - Ponete en punta de pié y pegame en las rodillas- En este punto los hombres se levantaron y se armó la gorda. Un policía que pasaba intentó separarlos y ligó una flor de piña en el ojo. San Disparate sintió que el deber lo llamaba. El no sabía mucho de caracoles, así que tubo que ir a la biblioteca a investigar y consultar a varios expertos. Así descubrió que algunos de éstos bichitos tienen demasiada energía para su andar tan lento, lo que hace que tengan que descargarla haciendo travesuras. Entonces surgió la genial idea. En el Jardín de Infantes del barrio los chicos había hecho un terrario hermoso: Tenía hormiguero con hormiguitas, tenía lombrices, tenía escarabajos, tenía plantitas que la seño y los nenes cuidaban y respetaban con amor. Y así ellos les enseñaban ciencias naturales para cuidar el planeta cuando fueran grandes. En el terrario cada cual tenía su nombre, su función y todos convivían en armonía. También se divertían mucho con los juegos de los chicos, que los saludaban, les hablaban y les hacía dibujitos. Ese terrario tenía todo, pero todo, menos un caracol. San Disparate hizo los arreglos para que un día Malifacio apareciera en la puerta del Jardín y lo encontrara la Seño. - ¡Qué caracol más hermoso! Exclamó- ¿Querés conocer nuestro terrario?- Delicadamente lo tomó en sus manos y lo llevó con ella. Los chicos lo recibieron con aplausos, caricitas y besos. Ese día en el jardín y en el terrario hubo fiesta de bienvenida. Los otros bichitos estaban felices de tener un compañero nuevo y todos querían conversar y jugar con él. Gruñon y Belinda pasaban todos los días a llevarlo por la mañana y lo retiraban a la tarde. Estaban asombrados de lo bien que su hijito se portaba ahora. Los chicos lo rebautizaron con el nombre de Bonifacio y a fin de año recibió el diploma al mejor compañero. Por su parte, San Disparate comenzó a tener nuevamente su buen ánimo de siempre. En tanto, volvió su ayudante Pochi, que ahora veía perfecto y estaba más feliz que nunca. Juntos se pusieron a trabajar con mucho entusiasmo es tantos pedidos de tanta gente querida. San Disparate comprendió que muchas veces la solución a los problemas tiene que encontrarla uno mismo con su corazón, su alma y su espíritu. Así que cuando nos asalte una pena, el desgano, la indiferencia recordemos buscar los tesoros que guardamos dentro de nosotros mismos. Cuando veamos alguien que parece comportarse muy mal, tratemos de comprenderlo y ofrecerle nuestro amor. Cuando veamos un Santito con la melena y la barba despeinadas saludemos con una carcajada al héroe de nuestro cuento. Queda hecho depósito legal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno y muy cierto che. Da la pista optimista.