Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

martes, 9 de diciembre de 2008

HORMIGONARIO O LA CHULETA DE PUNTA DE PESTE

EL día en que la Hormigata desidiose a tirar la chancleta fue un escándalo en el barrio del barro. Claro que, un escándalo silencioso, ya que las hormigas se frotan las antenas para comunicarse, y así frota que te frota se produjo un refrote antenal descomúnico que casi incendia los pastorales. Resulta que la hormiga Capatata tomó “prestadas” las reservas de toda la hormindad y se fue al Conrad de Punta de Peste. Al principio iba ganando: metía hojitas en el tragahojas. Las ranitas de colores cagaban frambuesas si el jugador ganaba o eructaban diablos en su cara cuando éste perdía. Ahí se ganó un fruto rojo, un poco maloliente. Jugó al Black Jack y ganó una naranja Cepita. Pero lo terrible se vino en la Chuleta. Cuantas más hojas apostabamásperdíaymásqueríaapostarymásapostabaymásperdíayentoncesmásapostaba y todo así hasta que se jugó la corona de granitos de azúcar de La reina de Inglaterra. Y la perdió. Y quedó como Adán, tapada con una hojita de parra. Y encima sin Eva. Y encima sin la mona Chita, tampoco. Fue entonces que fue Que de atrás del fino Cortinado de terciopeló Rodando salió Colorada, hinchada ,inflada De risa cagada La turra cigarra Que durante 20 años Juntó que juntó Para ponerse el casino Al que la Hormigata vino Y todo perdió Y así de jodida la historia acabó. Moraleja: el jugar compulsivamente es perjudicial para la salud.

No hay comentarios: