Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

jueves, 15 de mayo de 2008

El primer día soleado (Juvenil)

El primer día soleado Aquel era el primer día soleado del otoño. Tras largas tardes de lluvias torrenciales, en las que Luisa tocaba el piano mientras yo bordaba junto al hogar, el sol asomaba nuevamente. Despegué la cabeza de la almohada y miré la campiña. Ante mí, ante mis ojos, se extendía un majestuoso paisaje verde que invitaba a mis pies desnudos a correr hacia él. Sabía que mamá se enojaría, pero ¿qué más daba? Bajar a los saltos la escalera, con el camisón blanco arrastrándose por toda la casa. Manotear de pasada el piano arrancándole enloquecidos acordes. Alzar a la majestuosa gata de angora, cargarla a upa , obligarla a salir y dar vueltas y más vueltas de vals, de calesita, de ronda. ¿Qué hacer con tanta vida? ¿Qué hacer cuando se tiene trece años y ganas de reír a carcajadas y el pasto verde que te llama a revolcarte? Luisa, mi hermana mayor, bajó escandalizada. Con el pelo revuelto y los ojos soñolientos se paró en el marco de la puerta. Desde el parque le hice una reverencia, ensayé un paso de minué y le grité que viniera, que viniera que esto estaba bueno, que el día, el sol, el pasto… Fue entonces que detrás de Luisa aparecieron los enfermeros, vinieron hacia mí con las jeringas y me doblegaron por la fuerza.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 sobre derechos de autor.

Ana Kem

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