Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

miércoles, 14 de mayo de 2008

Caídos en combate

Ese día el General cayó antes de lo previsto. Estábamos en la sala debatiendo el manifiesto. Para ese entonces yo era un caído del catre que ni sospechaba el flagrante delito que constituía el querer un mundo sin caídos del mapa. Con la cabeza gacha, la voz mínima, el terror de los cómplices, mi madre despachó a mis amigos. Cuando quedamos solos, la bofetada brutal cayó sobre mi cara. Mis dos hermanos mayores, Álvaro y Justo –ambos cadetes del Liceo- me miraban admonitoriamente. -Ya vas a caer – sentencié para mis adentros mientras sofocaba la furia. Tenía tan sólo 12 y muchos, demasiados de vivir en la casa del general. Su hijo. ¿Su hijo? Esmirriado y desangelado, creo que al nacer fui su primera derrota. La cigüeña me había dejado caer en el lugar equivocado. -Mierda, tagarna, rata, marica… un flojo como su madre; éste no puede ser hijo mío- Vociferaba con voz de trueno. –Acá no quiero volches, ni putos, ni loquitos. Caía de maduro, no me quería. Fue para que me hiciera hombre que caí en la Escuela Militar de La Nación. Sobreviví al bautismo y rituales tanto de superiores como de pares a los que yo no les caía en gracia. El 24 de marzo de 1976 cayó miércoles y de un golpe, cayo un gobierno constitucional. Y de estas caídas el General sabía mucho. Por mi parte, caí en desgracia al expresarme contrario a lo que ellos llamaban “Causa Nacional”. Me expulsaron. Y era claro: no podía volver a casa. Sería largo y ocioso explicar cómo, en mi exilio, fui a caer en la brigada revolucionaria. Los historiadores hoy me acusan de haber caído en la tentación de saldar viejas cuentas personales usando al movimiento. Igual, ya no tienen cómo saberlo. Lo cierto es que, después de caer mi madre en la depresión y el suicidio; después de que todos mis compañeros fueran cayendo uno a uno. Con la certeza de que en breve yo mismo caería en alguna redada y mi cuerpo iría al desguace, no me quedaba mucho para perder. Yo ya había caído en el combate. El secuestro de General marcaría un hito en la sangrienta historia de esta época. Dirán que caí muy bajo. Puede ser. Mi célula utilizó la información que les di para un golpe impecable. El General cayó en la trampa el 26 de agosto de 1977. Era de noche, caían piedras. Cuando cayó de espaldas en el piso de aquel sótano, caí en la cuenta. Entonces, apoyé mi borceguí sobre su pecho, lo mire a los ojos, apresté mi fal y me dije -al fin caíste-. ANA KEM

No hay comentarios: