Yerbas Literarias- Un espacio para disfrutar

Los críticos critican lo que los hacedores hacen.Y, siempre,pero siempre, se quedan mirando al borde del camino.Será por eso que prefiero la palabra escrita a la palabra hablada. Sabe Dios cuántas veces un personaje dice o hace lo que su autor no puede. O cuántas veces más un verso, una palabra o una imagen resuelven tantas horas de fatigadas cavilaciones. De tal suerte, es desde este ser y de este hacer que salen las historias.Historias que te cuento, historias que me cuento, como cuando niños. Historias impresas en el cuero, en lo profundo del alma. De niña imaginaba que los escritores eran señores importantes pertenecientes al pasado. Todos ellos muertos, sabios y lejanos.Ya en la adolecencia el escritor pasó a ser para mí una especie de Robinson Crusoe iluminado. El artista era un ser raro, un elegido de las musas, que tocado por la varita mágica de la inspiración llegaba desde su soledad esclarecida hasta nosotros, simples mortales.Hoy se que todos tenemos una historia que contar y que escuchar. Una historia escrita en nuestros cuerpos, en nuestros días y en nuestras almas.Para toda boca hay una oreja y viceversa. Nuestras vidas se nutren de estas vidas de tinta que anidan en el papel. Sin ellas nuestro mundo se reduce a un vulgar inventario de objetos que se miran y se tocan. Y si la soledad y el silencio son la levadura necesaria para nuestras invenciones, es en el compartir en donde cobran verdadera existencia. Como Pinocho.Y aquí otra vez el cuento empieza

miércoles, 14 de mayo de 2008

Otra

Ya no soportaba compartirlo con Otra. Él hacía como que disimulaba, pero yo podía verlo. Él, ella, clavaban los ojos en los ojos; los de él azules como el mar, los de ella pardos como el atardecer. Entonces yo sabía: desaparecía. Asistía dolorosa a mi propia muerte, a mi propio funeral de desaparición. Yo lo sabía: Amaba más a Otra. Y Otra lo amaba. Más que a nada en el mundo. Había días en que todo me parecía tan insignificante… ¡Que la ame todo lo que quiera!- Pensaba entonces. Y levitaba por el solcito cálido que filtraba los postigos de la casa. Pero entonces, en medio de mi íntimo festejo el cielo se partía en nubarrones negros. Otra era una parte de su ser. Su parte más querida. Él era su vida. La vida de Otra. Pensé que con echarlo sería suficiente. Pues no: Seguía amándola. Pensé que con castigarla, arrastrarla y afearla lograría mi cometido. Pues no: Ella brillaba como un diamante secreto en la noche. Finalmente, no tuve opción. Tenía que borrar a Otra de mi vista. Sentí el desgarro más intenso más intenso de mi vida. Hoy asesiné a mi hija.

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